Historias de racismo

ALGUNOS APUNTES SOBRE EL RACISMO: MUJERES INDÍGENAS E INSTITUCIONES DE POSGRADO

Por Yamili Chan Dzul

Soy una mujer Maya que habita su pueblo, que aún recurre a él y habla con las mujeres de su linaje y habita su lengua. Soy de Sanahcat, Yucatán, México. Este ir y venir como tal, me ha llevado a enfrentar momentos racistas en muchos de los espacios que he transitado; incluso, dentro de mi propia comunidad, también se viven este tipo de circunstancias.
Todavía recuerdo la vergüenza de tener apellidos Mayas, por esto, nombrarme y reconocerme como una mujer indígena ha sido un camino lleno de reflexiones. En este andar, también he encontrado ciertas claves que me han llevado a enfrentarme de cara —o de frente— con el racismo y a tener que ser resiliente, desmenuzar su historia y tener que entenderla.

El racismo se encuentra encarnado en nuestros cuerpos y pensamientos; las palabras siempre describen quiénes somos y lo que nuestros pueblos han vivido históricamente, es por esto que casi nunca damos cuenta de la violencia racista. Hablar es pronunciar que formamos parte de una cultura, de un pueblo, de una forma de ser, es existir desde las diversas formas en que nos relacionamos con las demás. ¿Cómo nos ven estas otras personas? A las mujeres indígenas, negras, a las lesbianas.

Partiendo de esta pregunta, quisiera compartirles algunas experiencias racistas de cuando estudié la maestría, porque estos fueron hechos que me atravesaron como mujer, y que me fue difícil nombrar y sobrellevar en su momento. Estas experiencias son la “punta del iceberg”, como dicen, porque no hay que olvidar que el racismo, en su máxima expresión, asesina pueblos enteros, a sus mujeres y a sus niñas. Las experiencias que compartiré no me mataron, pero sí me atravesaron. No hay que esperar a que el racismo acabe con nuestras vidas. Tenemos que seguir trabajando para que las generaciones venideras no pasen por estas situaciones.

El racismo desde las instituciones de posgrado

Estudié la maestría en Práctica del Desarrollo en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE), de Costa Rica, una universidad bonita, y el posgrado con mucha apuesta para buscar la vida digna,  con muchas contradicciones, y no era casual.

Aquí, los estudiantes veníamos de muchas partes de Latinoamérica, había muy pocos costarricenses, ¿será por condición de clase? Tienes que tener dinero para acceder a este campus educativo y yo llegué ahí por el Programa de Becas de Posgrado para Indígenas (Probepi).

Me encontré con una gran diversidad de personas y tuve buenas experiencias, pero también situaciones de racismo. Por ejemplo, uno de los compañeros, varón, hizo una comparación de burla, con ironía, al comentarme que yo bien podría aparecer en un video haciendo exactamente lo mismo que una de las artistas estadounidensas que en ese momento se encontraba estrenando su videoclip. Ahora puedo nombrar ese acto como la sexualización de las mujeres indígenas. En ese instante, no pude responder absolutamente nada. La mayoría de las personas del grupo rieron. Solamente algunas compañeras me preguntaron si yo me encontraba bien.

Otra experiencia que quisiera compartir fue cuando desde el CATIE llamaron a todo el alumnado a tomarnos la foto de generación. Teníamos que ir con vestimenta “elegante” y si no teníamos, nos pidieron que, por favor, la rentáramos. Una compañera y otro compañero indígenas —quienes también estaban ahí becados por el Probepi— y yo decidimos asistir con la ropa que se usa en nuestros pueblos. Yo incluso me “atreví a pedir permiso” para vestir de este modo, las autoridades no nos lo permitieron por no considerarlo un atuendo de gala. A pesar de ello, nosotras acudimos con las ropas que caracterizan a nuestros pueblos. Recuerdo que cuando caminábamos hacia el lugar donde se tomaría la foto, recibimos burlas de los compañeros. Sentíamos un cierto temor de ser eliminadas de esa fotografía grupal.

La tercera anécdota que quisiera exponer fue la constante duda por parte de compañeros y maestros a mi pertenencia Maya, ya que no creían que una indígena pudiera estar haciendo un posgrado. Pareciera que yo estaba haciendo cosas que ante sus ojos eran extraordinarias para una mujer indígena y eso tiene que ver con que no se acostumbra a vernos en espacios como las instituciones de posgrado.

El racismo está en todas partes: un llamado urgente

Estas experiencias me han llevado a pensar sobre quiénes pronuncian qué cosas, desde dónde y en qué espacios se están reproduciendo pensamientos y actos racistas. Durante el posgrado, no me dejaba de sorprender la manera en cómo compañeros y compañeras, con formación académica e inmersos en una dinámica intercultural, se burlaran de los indígenas. Esto significa que las instituciones académicas no están hablando de estos temas ni desmantelando estos discursos racistas con los que el alumnado se gradúa.

¿Cómo miran las instituciones de educación superior como el CATIE a los pueblos originarios? ¿Qué significa que reciban a estudiantes indígenas que están apoyados por iniciativas como el IFP–Probepi? Existe una clara dificultad de parte de estas instituciones de tratar al racismo como un tema importante que tendría que ser parte del análisis de la realidad con el alumnado. El racismo distorsiona nuestras realidades y nos lleva a rechazar todo lo que pueda ser diferente. Por esta razón, para mí, es importante repensar nuestras historias individuales y colectivas e identificar las circunstancias racistas, y sobre todo, denunciarlas.