Historias de racismo
MUJER INDÍGENA NAHUA
Memorias racistas y discriminatorias
Los amigos de mi padre le decían que era importante que sus hijos estudiaran, fue por ello que siempre motivó a mis hermanos a estudiar. La educación para mis hermanas no era tan importante porque pensaban que se casarían algún día y un hombre las iba mantener. Por fortuna, mis dos hermanas mayores lucharon para recibir educación —apoyadas por mi madre—, fue por ellas que a mí me dejaron estudiar sin tantos cuestionamientos.

En la primaria, nunca escuché una palabra en Náhuatl por parte de mis maestras a pesar de que la escuela estaba en un pueblo nahua. No nos prohibían hablarlo, pero nadie lo hacía porque era algo que se debía ocultar. Recuerdo que los grupos de amigues se formaban por niñas y niños que llevaban el uniforme completo y zapatos bonitos, quienes no teníamos uniforme o zapatos éramos segregados. También se juzgaba el empleo de nuestrxs padres y madres, a quienes éramos hijes de campesinos o comerciantes nos hacían sentir que valíamos menos.
Estudié la secundaria en la ciudad de Orizaba, Veracruz, a unos 20 minutos de mi pueblo. En la escuela, nunca se nos habló en Náhuatl, incluso algunos compañeres nos ridiculizaban por venir de un pueblo, el patrón de minimizar a quienes no portábamos buen uniforme o zapatos se repetía, además, también hacían comentarios despectivos sobre los empleos de nuestrxs padres o madres.
La preparatoria la estudié en Río Blanco, Veracruz. Quedaba a unos 50 minutos de mi pueblo y en esta escuela pasó lo mismo: nunca nos hablaron o hicieron referencia al Náhuatl. De alguna manera, aprendí que mi lengua no era importante en la escuela o para las instituciones públicas, porque todo se hablaba en español.
En la familia tampoco nos hablaron en Náhuatl porque “todo lo importante se hablaba en español”, incluso estudiamos fuera del municipio porque se pensaba que la buena educación estaba en la ciudad, en los libros, en las maestras y maestros. Por eso, mis hermanos solo se dedicaron a estudiar, después de la secundaria no trabajaron más en el campo. En cambio, las mujeres debíamos moler, cocinar, limpiar, ayudar a mi madre a vender, y solo al final de estas actividades, podíamos estudiar. Llegó un punto de mi vida en que no me reconocía como indígena, ni como hablante de mi lengua Náhuatl.
Cambio de rumbo

En la UVI me trataron como persona, las maestras y maestros nos saludaban empáticamente. Recuerdo que en la inauguración, nos invitaron a portar los trajes tradicionales de nuestras comunidades. Doña Teresita me prestó su bayeta, me sentí orgullosa de portar el traje de mi comunidad. En la inauguración, había músicos tradicionales, el discurso fue en Náhuatl y en español, y bailamos el Son del Guajolote. Me sentí orgullosa de estar en ese lugar y con todas esas personas, pero cuando le contaba estas vivencias a mi familia, les parecía muy extraño y desaprobaban más mi decisión. No comprendían por qué parte de las tareas que me dejaban, era recorrer las calles de mi pueblo, hablar con las personas mayores sobre medicina tradicional, mitos, mayordomías, conocer las formas de organización comunitaria.
Desaprender las prácticas racistas fue un gran desafío y un choque cultural muy fuerte. Llegar a una universidad que revalora la cultura y la lengua, cuando en otros espacios han sido invisibilizadas, despreciadas o ridiculizadas, es difícil de asimilar. Esas ideas, la negación de quiénes somos, se interiorizan consiente e inconscientemente. Un día, un maestro nos preguntó que quiénes hablaban Náhuatl, y solo algunas de mis compañeras y compañeros levantaron lentamente su mano. Aún recuerdo que sentí mucha inseguridad, pero también levanté la mano. Hubo quienes también hablaban Náhuatl, pero no lo aceptaron en ese momento. En la UVI, hablar Náhuatl significó un mundo de posibilidades. Durante los cuatro años de mi carrera universitaria, pude generar sentido de pertenencia por mi región y por mi pueblo, me interesé en los rituales, en la tradición oral. Poco a poco, regresé a mis raíces y me reconocí, con mucho orgullo, como una mujer indígena Nahua.