Historias de racismo

“NUNCA ME DETUVE, SEGUÍ SOÑANDO HASTA LLEGAR A LA CIMA DE LA MONTAÑA”

Por Lucía Olivas

Soy una mujer Rarámuri que habla su lengua. Originaria de la comunidad de Simuchichi, Guachochi, Chihuahua. Soy egresada del Doctorado de Educación Interinstitucional de la Universidad Iberoamericana de León, Guanajuato.

Con este texto, busco compartir mis experiencias sobre algunos retos enfrentados durante mis estudios de maestría y doctorado. En particular, me enfoco en el racismo y el sexismo, ¿en qué se diferencian estos dos términos? Es fácil de comprender, el “racismo” es lo que enfrentamos cuando somos tratadas en forma diferente por pertenecer a un pueblo originario, por el color de piel, por la forma de vestir, incluso, de hablar, ejemplo: algunas personas se sientes superiores a otras. El “sexismo” también está estrechamente vinculado, es decir, a veces, nos quedamos calladas porque sabemos que, por el solo hecho de ser mujer, no tenemos voz, ni palabra, y somos excluidas en las áreas profesionales, o incluso, en nuestro centro laboral.

“Tú no la ‘haces’ acá”

Lo que ahora interesa es evocar mis experiencias vividas en la trayectoria formativa al cursar mi licenciatura. Recuerdo una ocasión en que una maestra, frente al grupo, me dijo: “Te voy a pedir que te pongas a leer porque tu escritura está muy mal, y pues deberías de estar pensado hacer otra cosa, por si no la haces acá”[1]. A pesar de estas expresiones, no me hice a un lado, al contrario, fueron situaciones que me ayudaron a hilar mis objetivos. Día tras día reflexioné sobre mi vida, y nunca me detuve, seguí soñando lo que deseaba ser y cómo quería verme en el futuro.

En otra ocasión, una persona también me comentó que yo no podía seguir estudiando, debido a que ya tenía un bebé, y eso me lo impedía. Tal expresión hacía referencia a que por ser una madre de familia, me vería limitada para seguir preparándome académicamente. En realidad, todas esas percepciones, en lo personal, me dieron fuerzas y coraje para, de allí, tener un soporte y avanzar con mis convicciones.

En nuestras vidas, afrontamos situaciones de discriminación por varias razones; la sociedad así lo impone, e incluso, a veces inconscientemente también uno entra en este tipo de prácticas, pues lo hemos aprendido. Pareciera un tema fácil de abordar, pero es complejo en la vida para muchas personas, ya que cada individuo tiene su propio concepto de lo que es la discriminación, incluso, percepciones y creencias. Las personas nos movemos de acuerdo con los valores o la educación que recibimos en la infancia.

Vestir y actuar. Enfrentando el racismo y el sexismo

En ocasiones, como personas pertenecientes a los pueblos originarios, experimentamos ambos: el racismo y el sexismo, solo por portar un traje típico de la cultura.

Recuerdo que en un centro laboral educativo, una maestra comentó: “Maestra, usted no viene con jeans”, debido a que yo, como maestra, siempre me presentaba con mi vestimenta de la Sierra Alta Tarahumara. Una persona que porta o adopta la ropa de la cultura occidental, ¿va a dejar de poseer los conocimientos adquiridos en la comunidad y en la universidad? No se garantiza que una persona que aparente una “presentación perfecta” realizará un excelente trabajo. En este sentido, el hecho de que las mujeres profesionistas indígenas portemos nuestro traje tradicional no significa que dejemos de asumir compromisos o responsabilidades como maestras, o de alguna otra profesión, sino que esos saberes y conocimientos son aplicados en nuestra labor, la cual no está influenciada por cómo nos vestimos, sino por cómo actuamos.

La mirada y las costumbres de las mujeres profesionistas, a veces son de acuerdo con la formación que recibimos, ya que incluso en algunas universidades buscan educarnos acerca de cómo se debe vestir.

En mi caso, algunas personas me ayudaron a valorar mi esencia cultural y a tomar mis propias decisiones de ir a la escuela con mi vestimenta, nunca me prohibieron portarla, en ese sentido fui respetada. Solo en la asignatura de Educación física llevaba ropa cómoda, es decir, uniforme deportivo de la escuela.

De igual manera, al concluir los estudios superiores, tuve otras experiencias relacionadas con el proceso de búsqueda de empleo para ejercer la profesión, aplicar los saberes y conocimientos adquiridos en las universidades; para dejar las solicitudes en diversas instituciones, me presentaba con la vestimenta típica de mi cultura. La persona que recibía las solicitudes me veía, mi percepción hacia estas actitudes era: “Seguramente, ni revisa. Ha de tomar la solicitud para tirarla inmediatamente a la basura”, y alguna llegó a comentar: “En la universidad, ponen una lista con empleos, puede ser que te interese”; en lo personal, no me interesó, y no fui; aquella era una forma de darme más opciones, y era para que no me quedará esperando la respuesta de la universidad.

Como reflexión de cierre, quisiera comentar que entre los retos que enfrenta una persona indígena al buscar empleo está que, por parte de las empresas y las instituciones, son muchas las exigencias que estas ponen para buscar candidatos y candidatas que postulen para las convocatorias que publican; por esta misma razón, a veces, por miedo, muchas personas no se animan a buscar empleo, y sucede que todavía siguen sin ninguna respuesta. Me he dado cuenta de que estar en una misma sintonía con la cultura occidental implica crear nuevas estrategias, es decir, tener buena relación con personas que tengan los mismos objetivos que uno y sumarse a ello para aprender a moverse y a poner en práctica lo adquirido en el recorrido de la vida.

 

[1]. “Hacerla”, en español mexicano, hace referencia a tener éxito.

#Racismo #Sexismo #Identidad