Estrategias de resistencia y resiliencia

PRIVILEGIOS DEL MESTIZAJE. NO HAY RACISMO A LA INVERSA

Por Marina Cadaval

Le he dado muchas vueltas a escribir este texto, pues requiere responder una pregunta que conlleva una implicación que, al menos en el contexto de este blog, no he experimentado: ¿Cómo hablar de mis estrategias de resistencia y resiliencia para enfrentar el racismo durante mi educación superior? En mi texto anterior para este blog, me identifiqué como una persona blanca de clase media, urbana, privilegiada. Considero que aunque son etiquetas que incomodan y que limitan —sin duda soy mucho más que eso— han sido necesarias para contextualizar y posicionarme en debates y prácticas racistas. Esas condiciones de privilegio me han llevado a cuestionarme cuál ha sido el racismo que he enfrentado, en qué circunstancias y por qué, así como lo que significa la blanquedad en todo esto. No ha sido un ejercicio reciente, pero sí lo ha sido el tener un espacio de diálogo íntimo, amoroso y respetuoso, como el que el grupo de mujeres profesionistas indígenas que participan en este blog me han proporcionado. Ha sido a partir de nuestras reflexiones juntas, que he podido mirar mi propia historia e identificar —etiquetar— algunas características que construyen un poco quien soy. De eso compartiré algo aquí.

Ante la pregunta específica sobre mis estrategias para enfrentar el racismo, todas mis respuestas resultan forzadas, como forzado también me pareció hablar de mis experiencias de racismo en esa primera aportación. Varias personas cercanas me preguntaron por qué no había hablado del racismo que como mexicana o latina he vivido en Holanda, país en el que resido desde hace seis años. Anécdotas tengo, sin duda. El racismo se da en todo el mundo y encuentra cualquier oportunidad para expresarse, pero ¿es comparable? ¿Son lo mismo las expresiones de discriminación relativamente aisladas que me han tocado —más xenofóbicas que raciales— con el racismo sistémico e histórico hacia las poblaciones indígenas? ¿Es igual que alguna vez un motociclista me haya gritado “vuelve a tu país” —sin saber de dónde era yo— a la diferencia —la desventaja— que representa en México tener cierto color de piel? 

¿O es igual que mis hijes no pudieran entrar a ciertas escuelas “elite” por no hablar holandés, a las profundas diferencias estructurales —acceso a salud, a educación pertinente y de calidad, a oportunidades laborales y niveles de ingreso dignos, etcétera— que enfrentan, en general, las personas pertenecientes a pueblos originarios y afrodescendientes? Para mí, el desbalance es abismal, pero la pregunta me sigue dando vueltas]]: ¿existen niveles, categorías, diferentes intensidades de racismo? Ojalá quien sepa más de estos temas nos ayude a responder.

Además de esta pregunta, tengo una confesión. Hubo un tiempo en que estuve enojada. Me sentía excluida como mexicana dentro de México: “¿A poco eres mexicana?”, me preguntan con regularidad en los mercados, en el transporte público, cuando visito otros estados del país —Morelos, Oaxaca, Chiapas, Yucatán, Veracruz, Michoacán—. Confieso que de niña la pregunta me hacía sentir incómoda, y de adolescente me ofendía, me dolía y enojaba. Hubo un tiempo en que me hacía sentir excluida, no aceptada o reconocida como parte de esa diversidad tan vanagloriada por las políticas culturales de nuestro país. Hubo un tiempo, no tan lejano, confieso, que llamé a esa exclusión “racismo”. ¿Qué significaba esa pregunta sino falta de reconocimiento? ¿Qué querían decir las miradas de escrutinio, esas expresiones de duda sino una negación, el rechazo de quien era yo?

Si de algo me ha servido la educación superior, en particular la posibilidad de estar realizando un doctorado en un espacio como el Instituto Internacional de Ciencias Sociales (ISS-EUR), ha sido el poder reflexionar de manera crítica sobre esas y otras interrogantes. Más aún, el conocer y dialogar con mujeres, como las que escriben en este blog, me ha obligado a entender que el racismo se genera siempre, siempre, desde condiciones de privilegio hacia condiciones de desventaja y nunca, nunca puede suceder al contrario. No hay racismo a la inversa. Es decir, esa exclusión, ese enojo que he sentido, está más relacionado con ser parte de una minoría privilegiada que de forma histórica ha definido e impuesto jerarquías y relaciones de poder con base en nuestro color de piel, en nuestra fisonomía, en un origen racial inventado, que el desprecio por una blanquedad que difícilmente será menospreciada. Y aunque personalmente, no creo ni estoy a favor de esas diferencias que han sido socialmente construidas, me —nos— toca reconocer que existen y que nos definen de manera constante, nos etiquetan a todos. Ese es un buen principio para revertirlas. El trabajo debe hacerse desde todos los frentes.

Para responder, entonces, a esa pregunta forzada sobre mis estrategias frente al racismo, solo me toca reconocer mi historia, compartir mis reflexiones, agradecer tener a mi lado a Miriam, a Carmen, a Lucía, a Georgina, a Angélica, a Rosalba, a Yamili, a Patricia, a Judith,  y a otras muchas mujeres, tanto indígenas como mestizas y afrodescendientes, con quienes he podido caminar en nuestras diferencias sin que ellas signifiquen distancias sino todo lo contrario. Esas diferencias han sido nuestros puntos de encuentro y el motivo para seguir reconociendo, evidenciando, resistiendo, enfrentando las desigualdades y el racismo que, desafortunadamente, se vive a diario y en todas las latitudes.